por Orlando Novara
La ineficacia y desgaste
del doble discurso, la demonización y un relato épico que se degradó junto a
una falsa invocación a Dios con la pretensión de imponer miedo, pusieron lo
suyo. La convocatoria del 13 de septiembre (13S) virtualmente anónima y por las
redes sociales, agregó lo que faltaba. Fue la chispa que, como en otros lugares
del mundo, encontró campo fértil en la indignación de una parte del pueblo para
nada desdeñable. La respuesta fue una masiva, heterogénea, espontánea,
horizontal y pacífica proliferación de concentraciones que llenaron la Plaza de Mayo, algunos
barrios, el Monumento a la
Bandera en Rosario, el Patio Olmos en Córdoba y numerosas
plazas del interior en Mendoza, Bariloche, Mar del Plata, etc.
La abrumadora mayoría de
los medios de comunicación gubernamentales (públicos y privados) ignoraron o
intentaron minimizar los acontecimientos de ese día en el que la bronca salió
del comentario y llegó a la
calle. Pero no sirvió ni aún hay Berni ni forma represiva
alguna capaz de conjurar el encuentro de la queja, Internet y el compromiso. El
episodio, en todo caso, sirvió para desnudar la esencia de la Ley de Medios. No es
desmonopolizar (algo que está bien) sino controlar contenidos y coartar así la
libertad de expresión como uno de los fundamentos de la democracia.
La obvia ausencia de
liderazgo político de la movilización (asignatura pendiente de la oposición) no
opaca lo verdaderamente novedoso es que quienes forman parte de este espacio
han puesto en juego su voluntad de participar. Tampoco la diversidad de
propósitos es indescifrable: exceptuando fanatismos marginales la mayoría de las cacerolas, bocinas, marchas
y consignas fueron variadas pero no tan difíciles de interpretar. Sobre todo
porque de un modo implícito y también explícito tuvieron como común denominador
el rechazo a la re- reelección, esa pieza central del proyecto de “Cristina
Eterna”. Un malestar pasado y presente que se resiste a ser futuro.
¿Por qué no al ensayo
monárquico? Porque además de no ser deseable para nuestro país, cabalga sobre
el recuerdos como el las valijas en la aduana; Schoklender; la tragedia del
Once; Ciccone; los barra brava y presos del “batayón militante”;la manipulación
de divisas; el todo por 6 pesos o, más cerca, el atropello antifederal. Esto
es: los aguinaldos de la
Provincia de Buenos Aires; el subte y el Banco de los
porteños; la deuda provisional con Córdoba y hasta los sueldos de
“Kirchnerlandia”. Sí, literalmente la pobre “Santa” y la “Cruz ” que carga ese sufrido
pueblo del sur con la herencia que le han dejado.
En ves de hablar menos y
escuchar más como recomendara una dirigente opositora, los aplaudidores
compulsivos del palacio, bien vestidos y hasta millonarios muchos de ellos, no
se les ocurrió mejor idea que descalificar a los manifestantes por su ropa o su
procedencia como si ellos vivieran más cerca de la Villa 31 que de Puerto
Madero. Una muestra con un dejo pseudo clasista de la hipócrita decadencia
setentista que tan cabalmente caracteriza al actual elenco oficial del
“cristinismo” que, en más de un caso y situación, también podría llamarse
“cretinismo”.
No es ni arbitrariedad
ni provocación. Para el diccionario “cretino” es la “persona de corto alcance
que perjudica haciendo alarde de una ética que desconoce”. Después de todo es
sin duda paródico que los miembros de “La Cámpora ” - apoltronados en sus despachos y
generosos sueldos- veneren y quieran con su nombre prolongar una efímera
experiencia gubernamental que se cortó con el voto masivo a Perón y no pudo
superar 45 días en el poder. Sobre todo cuando, por entonces, la mayoría de
ellos no podían opinar porque eran niños o no habían nacido. (pre- imberbes).
Aunque auto-adjudicarse
continuadores de cuanto prócer se encuentra en el camino es ya una abrumadora
práctica K, no parece bueno vivir de historias ajenas y mucho menos
falsificarlas. Alguien debería decirle a la juventud que aquellos fueron
tiempos más bien trágicos del movimiento nacional y popular. Donde los
fanatismos inversos pero simétricos de ultraizquierda y ultraderecha, se
sobrepusieron a la voluntad pacífica de las mayorías y habilitaron la irrupción
de lo que luego fue la dictadura más sangrienta y siniestra de la historia
argentina. No esta mal recordarlo en estos momentos en los que la paciencia
parece que se agota.
En 1973 Perón retornaba
al país después de 18 años de lucha de la mayoría del pueblo argentino. Llegaba
con la expectativa de concretar la Unidad Nacional y poner su voluntad y experiencia
al servicio de un proyecto latinoamericanista que mucho antes del Mercosur y el
Unasur había comenzado con la
alianza ABC (Argentina- Brasil-Chile) que por entonces estaba
inconclusa. Por eso pese a que los mesiánicos de ambos bandos lo obligaron a
sobreponerse a la edad y la salud para hacerse cargo del gobierno, hasta último
momento procuró tender un puente al radicalismo que por entonces representaba
casi exclusivamente a la llamada “clase media”. No se concretó aunque a su
muerte Balbín dijera “el viejo adversario despide a un amigo”.
Esto, sin ser lo único,
forma parte del legado de Perón que hay que difundir. Es muy probable que
frente a las injusticias la mayor parte de los jóvenes K estén animados por una
genuina voluntad de transformación social y de recuperación cultural de la
conciencia nacional. Pero el problema es la autenticidad y orientación de ese
cambio en manos de esta conducción de gobierno. Si en los 70 los copartícipes
de la violencia colaboraron en llevar a una generación a un callejón sin
salida, se debe evitar que los actuales aprendices de brujo, impulsen una nueva
y costosa frustración.
El gobierno con
personajes de derecha como Boudou y Echegaray o de la izquierda taparrabos como
Sabbatella, ha tenido capacidad para construir un relato épico. Con un honesto
empeño y creatividad, tarde o temprano, los jóvenes incluidos no pocos K
debelarán su falsedad. Por múltiples causas que incluyen muchas no atribuibles
al gobierno, como por ejemplo el “yuyito” maldito, es cierto que las
condiciones actuales son mejores a las del pozo del 2001. Pero esto no
justifica la falsificación de los indicadores de inflación y pobreza. Tampoco
es compatible aceptar que se naturalice o legitime el silencio cómplice en
torno a casos como el de las regalías petroleras de Santa Cruz, los negocios
con YPF y Esquenazi, o la manipulación con la fabricación de billetes en
Ciccone. No caben las excusas.
El gobierno procurará de
aquí en más desvirtuar las causas de la movilización del 13 S y del malestar
que refleja. Con los recursos mediáticos que critica pero utiliza, dirá que
todo fue un intento destituyente; que se apunta contra los trabajadores; que se
rechaza el fortalecimiento del mercado y el consumo interno y hasta que se
quiere terminar con las asignaciones familiares. Poco importa hoy lo que digan; que procure
doblar la apuesta con otra marcha; o que apueste al “efecto” Blumberg por el
cual esta protesta debería diluirse en el tiempo. El reloj del desgaste aceleró
su marcha.
La amplitud geográfica y
temática de una movilización cuyo epicentro fue el rechazo a la reforma
constitucional y el ulterior fracaso de esta ridícula satanización de la clase
media, ya se pueden computar como dos derrotas del gobierno. La tercera es que
por primera ves los K, pese a sus intentos, se la ven en figurillas para
caricaturizar o reducir la protesta a una expresión de la “derecha liberal,
nazionalista o procesista”, cuyo común denominador es ver un marxista debajo de
cada baldosa. Esos grupos fanatizados que son tan funcionales al gobierno, que
desde la Semana Trágica
hasta la última dictadura fueron iguales o peores a quienes dicen
combatir.
El 13 S como expresión
parcial de la sociedad civil también es un llamado de atención para los
dirigentes de la oposición que deben abandonar la especulación mezquina,
oportunista y personalista y encarar acciones unitarias que estén a la altura
de los acontecimientos. No aludimos solo a la convergencia social de expresiones
como la CGT y la CTA. Nos referimos
también a iniciativas políticas como hoy puede ser una campaña compartida de
firmas para plebiscitar el rechazo a la reforma constitucional.
Frente a la impostura y la chatarra ideológica que nos
presenta los K, mientras tanto, los peronistas debemos reafirmar las
convicciones autenticas de lo nacional y popular.
Lo debemos hacer reconstruyendo el verdadero legado de Perón
como una fuerza que además de tener el norte en la prosperidad económica y la
justicia social, sea capaz de hacerse cargo de las mejores tradiciones
democráticas y republicanas de la
Nación. Ni más ni menos que lo que este gobierno ha olvidado.
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