miércoles, 24 de octubre de 2012

La calle, un plebiscito y el legado de Perón


por Orlando Novara 

El histriónico atril presidencial junto al abuso intensivo de la “Cadena Nacional” ha empezado a producir un resultado más revelador que inesperado. Pese a que ni la oposición ni los servicios de información ni los periodistas lo anunciaron, en algún punto era previsible que la gente ya se hartara de tantas palabras plagadas de sectarismo, soberbia y omisiones. Ni una de ellas para la inseguridad, la inflación o el enriquecimiento corrupto y descarado que, entre otros casos, supo anidar en la vicepresidencia sin que tampoco se pueda indagar más allá de ella


La ineficacia y desgaste del doble discurso, la demonización y un relato épico que se degradó junto a una falsa invocación a Dios con la pretensión de imponer miedo, pusieron lo suyo. La convocatoria del 13 de septiembre (13S) virtualmente anónima y por las redes sociales, agregó lo que faltaba. Fue la chispa que, como en otros lugares del mundo, encontró campo fértil en la indignación de una parte del pueblo para nada desdeñable. La respuesta fue una masiva, heterogénea, espontánea, horizontal y pacífica proliferación de concentraciones que llenaron la Plaza de Mayo, algunos barrios, el Monumento a la Bandera en Rosario, el Patio Olmos en Córdoba y numerosas plazas del interior en Mendoza, Bariloche, Mar del Plata, etc.

La abrumadora mayoría de los medios de comunicación gubernamentales (públicos y privados) ignoraron o intentaron minimizar los acontecimientos de ese día en el que la bronca salió del comentario y llegó a la calle. Pero no sirvió ni aún hay Berni ni forma represiva alguna capaz de conjurar el encuentro de la queja, Internet y el compromiso. El episodio, en todo caso, sirvió para desnudar la esencia de la Ley de Medios. No es desmonopolizar (algo que está bien) sino controlar contenidos y coartar así la libertad de expresión como uno de los fundamentos de la democracia.

La obvia ausencia de liderazgo político de la movilización (asignatura pendiente de la oposición) no opaca lo verdaderamente novedoso es que quienes forman parte de este espacio han puesto en juego su voluntad de participar. Tampoco la diversidad de propósitos es indescifrable: exceptuando fanatismos marginales  la mayoría de las cacerolas, bocinas, marchas y consignas fueron variadas pero no tan difíciles de interpretar. Sobre todo porque de un modo implícito y también explícito tuvieron como común denominador el rechazo a la re- reelección, esa pieza central del proyecto de “Cristina Eterna”. Un malestar pasado y presente que se resiste a ser futuro.

¿Por qué no al ensayo monárquico? Porque además de no ser deseable para nuestro país, cabalga sobre el recuerdos como el las valijas en la aduana; Schoklender; la tragedia del Once; Ciccone; los barra brava y presos del “batayón militante”;la manipulación de divisas; el todo por 6 pesos o, más cerca, el atropello antifederal. Esto es: los aguinaldos de la Provincia de Buenos Aires; el subte y el Banco de los porteños; la deuda provisional con Córdoba y hasta los sueldos de “Kirchnerlandia”. Sí, literalmente la pobre “Santa” y la “Cruz” que carga ese sufrido pueblo del sur con la herencia que le han dejado.  

En ves de hablar menos y escuchar más como recomendara una dirigente opositora, los aplaudidores compulsivos del palacio, bien vestidos y hasta millonarios muchos de ellos, no se les ocurrió mejor idea que descalificar a los manifestantes por su ropa o su procedencia como si ellos vivieran más cerca de la Villa 31 que de Puerto Madero. Una muestra con un dejo pseudo clasista de la hipócrita decadencia setentista que tan cabalmente caracteriza al actual elenco oficial del “cristinismo” que, en más de un caso y situación, también podría llamarse “cretinismo”.

No es ni arbitrariedad ni provocación. Para el diccionario “cretino” es la “persona de corto alcance que perjudica haciendo alarde de una ética que desconoce”. Después de todo es sin duda paródico que los miembros de “La Cámpora” - apoltronados en sus despachos y generosos sueldos- veneren y quieran con su nombre prolongar una efímera experiencia gubernamental que se cortó con el voto masivo a Perón y no pudo superar 45 días en el poder. Sobre todo cuando, por entonces, la mayoría de ellos no podían opinar porque eran niños o no habían nacido. (pre- imberbes). 

Aunque auto-adjudicarse continuadores de cuanto prócer se encuentra en el camino es ya una abrumadora práctica K, no parece bueno vivir de historias ajenas y mucho menos falsificarlas. Alguien debería decirle a la juventud que aquellos fueron tiempos más bien trágicos del movimiento nacional y popular. Donde los fanatismos inversos pero simétricos de ultraizquierda y ultraderecha, se sobrepusieron a la voluntad pacífica de las mayorías y habilitaron la irrupción de lo que luego fue la dictadura más sangrienta y siniestra de la historia argentina. No esta mal recordarlo en estos momentos en los que la paciencia parece que se agota.

En 1973 Perón retornaba al país después de 18 años de lucha de la mayoría del pueblo argentino. Llegaba con la expectativa de concretar la Unidad Nacional y poner su voluntad y experiencia al servicio de un proyecto latinoamericanista que mucho antes del Mercosur y el Unasur había comenzado con la alianza ABC (Argentina- Brasil-Chile) que por entonces estaba inconclusa. Por eso pese a que los mesiánicos de ambos bandos lo obligaron a sobreponerse a la edad y la salud para hacerse cargo del gobierno, hasta último momento procuró tender un puente al radicalismo que por entonces representaba casi exclusivamente a la llamada “clase media”. No se concretó aunque a su muerte Balbín dijera “el viejo adversario despide a un amigo”.
  
Esto, sin ser lo único, forma parte del legado de Perón que hay que difundir. Es muy probable que frente a las injusticias la mayor parte de los jóvenes K estén animados por una genuina voluntad de transformación social y de recuperación cultural de la conciencia nacional. Pero el problema es la autenticidad y orientación de ese cambio en manos de esta conducción de gobierno. Si en los 70 los copartícipes de la violencia colaboraron en llevar a una generación a un callejón sin salida, se debe evitar que los actuales aprendices de brujo, impulsen una nueva y costosa frustración.

El gobierno con personajes de derecha como Boudou y Echegaray o de la izquierda taparrabos como Sabbatella, ha tenido capacidad para construir un relato épico. Con un honesto empeño y creatividad, tarde o temprano, los jóvenes incluidos no pocos K debelarán su falsedad. Por múltiples causas que incluyen muchas no atribuibles al gobierno, como por ejemplo el “yuyito” maldito, es cierto que las condiciones actuales son mejores a las del pozo del 2001. Pero esto no justifica la falsificación de los indicadores de inflación y pobreza. Tampoco es compatible aceptar que se naturalice o legitime el silencio cómplice en torno a casos como el de las regalías petroleras de Santa Cruz, los negocios con YPF y Esquenazi, o la manipulación con la fabricación de billetes en Ciccone. No caben las excusas.

El gobierno procurará de aquí en más desvirtuar las causas de la movilización del 13 S y del malestar que refleja. Con los recursos mediáticos que critica pero utiliza, dirá que todo fue un intento destituyente; que se apunta contra los trabajadores; que se rechaza el fortalecimiento del mercado y el consumo interno y hasta que se quiere terminar con las asignaciones familiares.  Poco importa hoy lo que digan; que procure doblar la apuesta con otra marcha; o que apueste al “efecto” Blumberg por el cual esta protesta debería diluirse en el tiempo. El reloj del desgaste aceleró su marcha.

La amplitud geográfica y temática de una movilización cuyo epicentro fue el rechazo a la reforma constitucional y el ulterior fracaso de esta ridícula satanización de la clase media, ya se pueden computar como dos derrotas del gobierno. La tercera es que por primera ves los K, pese a sus intentos, se la ven en figurillas para caricaturizar o reducir la protesta a una expresión de la “derecha liberal, nazionalista o procesista”, cuyo común denominador es ver un marxista debajo de cada baldosa. Esos grupos fanatizados que son tan funcionales al gobierno, que desde la Semana Trágica hasta la última dictadura fueron iguales o peores a quienes dicen combatir. 

El 13 S como expresión parcial de la sociedad civil también es un llamado de atención para los dirigentes de la oposición que deben abandonar la especulación mezquina, oportunista y personalista y encarar acciones unitarias que estén a la altura de los acontecimientos. No aludimos solo a la convergencia social de expresiones como la CGT y la CTA. Nos referimos también a iniciativas políticas como hoy puede ser una campaña compartida de firmas para plebiscitar el rechazo a la reforma constitucional.

Frente a la impostura y la chatarra ideológica que nos presenta los K, mientras tanto, los peronistas debemos reafirmar las convicciones autenticas de lo nacional y popular.

Lo debemos hacer reconstruyendo el verdadero legado de Perón como una fuerza que además de tener el norte en la prosperidad económica y la justicia social, sea capaz de hacerse cargo de las mejores tradiciones democráticas y republicanas de la Nación. Ni más ni menos que lo que este gobierno ha olvidado.

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