Por Héctor Blas Trillo
No caben dudas de
que el cacerolazo del jueves 13 de setiembre descolocó a propios y a extraños.
No hay que engañarse. La clase política en general no esperaba semejante
manifestación de descontento, que se dio en todo el país.La verdad es que, de
una u otra manera, todos estaban “en otra cosa”.
El oficialismo ha pretendido hacer creer, y
finalmente parece haber creído, que el mal de todos los males está en un grupo
periodístico al que tilda estúpidamente de monopólico o hegemónico, cuando
claramente no es ninguna de las dos cosas. La oposición se ha comportado en
muchas de las iniciativas del gobierno, como cómplice (la confiscación de las
AFJP, la de YPF, la quita total de independencia al Banco Central, etc.)
El gobierno niega la inflación y no rectifica
su accionar en el INDEC. Niega el hecho absurdo, grotesco, tragicómico, de que
se difunda un índice que dice que la gente puede comer con 6 pesos diarios.
Se niega la inseguridad, al punto que la
ministra del área afirma que ha bajado el delito, y su segundo, el Sr. Berni,
nos dice que si un policía recibe dinero de modo ilegal es porque alguien se lo
da, colocando en la misma bolsa al comisario y al pizzero; y lo que es peor, no
diciéndonos qué piensa hacer para evitar el flagelo.
Las barras bravas actúan impunes y los presos
salen de las cárceles para conformar fuerzas de choque de origen político, unas
y otros con el claro aval de los gobernantes y dirigentes en general.
Las sospechas de corrupción, de enriquecimiento
ilícito, de cohecho o lo que fuere son desechadas en muchos casos mediante
ardides torpes. O con el auxilio de jueces de virtualmente probada dudosa
moral.
Desde grupos de “intelectuales” pagos por el
poder político se lanzan peroratas para pedir la reforma de la Constitución cuando
en verdad lo único que piden es que abra la posibilidad de reelegir una vez
más a la presidenta.
Se prohíben actos elementales, como el de
disponer de lo que es de uno. Se cierran importaciones a troche y moche y por
lo tanto no se consiguen repuestos, no se consiguen medicamentos, se incentiva
el robo de partes de automóviles, se cierran fábricas o se suspende a su
personal.
La prohibición de la operatoria en moneda
extranjera ha terminado con el mercado inmobiliario, especialmente del usado. Y
así siguiendo.
La población se siente insegura, económica,
social y jurídicamente. La gente tiene miedo no sólo de los delincuentes sino
de lo que pueda decidirse políticamente. Especialmente en materia económica,
pero no solo eso.
La vida corre peligro. Mientras corre la sangre
la presidenta habla una y otra vez en la cadena nacional de nada. O de todo lo
que ella quiere, pero no de lo que le pasa a la gente.
Los políticos oficialistas han salido a ofender
a los manifestantes, a intentar descalificarlos desde una visión facciosa
verdaderamente patética. Clasistas, acusan a los primeros de concurrir con sus
mucamas para golpear cacerolas. Ridículos y carentes de argumentos, hablan de
la buena vestimenta, mientras al mismo tiempo la presidenta (que no iba a
ponerse nerviosa) inaugura una planta en San Juan de ropa de calidad y marca
internacionales.
Cristina Fernández se pelea y enfrenta a
gobernadores. Peralta en Santa Cruz, Macri en la Ciudad de Buenos Aires, De la Sota en Córdoba, Scioli en la Provincia de Buenos
Aires. Les niega o directamente quita recursos,
los manda a administrar mejor, los descalifica. Y la gente sufre las
consecuencias. La gente es, indudablemente, el proverbial pato de la boda.
La educación pública decae a niveles nunca
vistos. En cualquier medición internacional la Argentina cae y cae en
la materia. Los educadores hacen huelgas y toman a los chicos de rehenes una y
otra vez. Los planes de estudio se encaminan a la propaganda política y no al
conocimiento. Se multiplican los feriados. Se asegura la promoción de los
cursos. Se apela al recurso
de la necesidad que se incrementa día a día. Las escuelas se transforman en
comedores. Los adolescentes salen de ellas sin poder comprender un texto
escrito.
Los planes de ayuda no se implementan para
crear mientras tanto las condiciones para que lleguen inversiones y se
multiplique la oferta de trabajo. No. Se
sostienen en el tiempo y cada vez más aumentan los beneficiarios, lo que es
considerado un logro y no un fracaso. Es un logro que más gente necesite ayuda
y el gobierno la atienda, esa es la lectura y de eso suele vanagloriarse la
señora presidenta.
En materia energética lo que se hizo con Repsol
es patético. Directamente el gobierno quitó la empresa a sus legítimos dueños
sin pagar un peso. Y ahora se pretende que lleguen inversiones y hasta se anuncian
“planes” por parte del nuevo “CEO” designado a dedo para gestionar la empresa
YPF. Después de casi una década en la cual todos los entendidos, o no tanto,
anunciaran una y otra vez el colapso energético y éste fuera negado, también
una y otra vez, por el mismo gobierno, especialmente a través del ministro De
Vido, la realidad salió a la luz, se culpó de ello a una empresa española a la
que se la ha acusado, en los medios y no en la Justicia , de
“vaciamiento”, luego de haberla autorizado a proceder como procedió.
Cualquier estudio serio muestra cómo las
inversiones llegan a cuenta gotas a la Argentina , mientras que sí lo hacen a otros
países de la región. Nadie en el gobierno parece dispuesto a analizar por qué.
La persecución ideológica a periodistas es un
dato. Los empresarios deben pedir permiso para todo. Los políticos también. Los
políticos opositores deben callar. Los gobernadores e intendentes deben apoyar
si quieren recibir partidas para cumplir con sus obligaciones. Y mucho más si
quieren o deben hacer obras públicas indispensables.
Muchos dicen que esto es miedo. En verdad si lo
es, lo es porque no se cumple con la ley y con la Constitución Nacional.
El gobierno se endeuda cada vez que emite
moneda para adquirir dólares. Se endeuda cada vez que usa reservas y el Tesoro
le entrega al Banco Central un bono a 10 años por el dinero retirado. Se
endeuda cuando el Banco Central emite letras (lebacs, nobacs) para retirar los
pesos de circulación. El
llamado “desendeudamiento” se convierte así en un bluf.
La propaganda oficial se despliega
especialmente en los programas “Fútbol para todos” y “6,7,8” en la televisión.
Pero la propaganda es tomada como tal por la población. Todo es irreal,
ficticio, dibujado.
Se sabe que para algunos funcionarios cercanos
a la presidenta, todo lo malo que ocurre es gestado por conspiradores
contrarios a los intereses del país. Si bien puede ser cierto que habrá no
pocos poderosos a quienes lo que pasa no le gusta, es difícil imaginar que todo
cuanto ocurre en materias tan diversas es gestado en usinas que operan en
contra del gobierno.
Así las cosas, un día la gente ha salido a
protestar. Y lo hizo de
manera inorgánica, sin líderes a la vista. Y, como queda dicho, en contra de
todos los políticos. Bastante parecido a 2001.
No hay cosa peor que intentar explicar un hecho
mediante visiones sesgadas o interesadas. La objetivación de lo ocurrido es la
manera de poder interpretarlo para corregir el rumbo y evitar que se repita.
La descalificación de los manifestantes de
parte de funcionarios no es otra cosa que un síntoma. Por alguna razón, que la
presidenta no puede ignorar, tales funcionarios salen a decir lo que dicen, y
nadie los corrige.
Hace un par de semanas el llamado viceministro
de economía salió a decir que si el gobierno quería podría fundir a uno de los
grupos económicos más importantes del país, que además tiene operaciones en el
exterior de gran envergadura. Finalmente debió corregir sus dichos. Lo hizo de
una forma impresentable, pero lo hizo. Allí sin duda hubo una rectificación,
aunque el daño ya estuviera hecho. El hombre común puede preguntarse
tranquilamente : si eso puede pasarle a Paolo Rocca (de él y del grupo que
representa se trata), ¿qué puede esperarse que le pase a un pequeño
comerciante?
La negación abarca entonces las cuestiones
económicas, las cuestiones jurídicas, las cuestiones educativas, las cuestiones
internacionales, todo. La tirantez se hace evidente, el cacerolazo es una
respuesta. No hay demasiado misterio en esto. Guste o no guste, algo anda mal cuando
es más barato comer en Nueva York que en Buenos Aires, por ejemplo. O cuando la
educación se retrasa tanto pese a que ha aumentado en estos años el presupuesto
educativo. No es lo común que los países más democráticos del mundo se cierren
en sus fronteras y su gente no pueda adquirir divisas para viajar, o para
ahorrar, que es todavía peor. No es habitual que se escrache a disconformes
desde la cadena nacional por el presidente de la república. La gente no vive
enrejada. Los delincuentes cumplen sus condenas. El tráfico de armas o de
drogas intenta por lo menos ser controlado. En esos países se vive más o menos
normalmente.
En la
Ciudad de Buenos Aires y en sus alrededores, proliferan los
boliches donde se vende alcohol a menores de edad y la droga circula con total
libertad. En los estadios de fútbol ocurre lo mismo. Nadie está tranquilo al
salir o al entrar a su casa. Se dictan normas que nadie cumple. Se hace la
vista gorda ante delitos flagrantes como el de la valija llena de dólares
provenientes de Venezuela en un avión oficial. Se oculta la verdad de la
inflación, de la pobreza, de la indigencia, del calamitoso estado de los
transportes públicos. Los “trapitos” se manejan a sus anchas en zonas aledañas
a actos públicos, y los desarmaderos no parecen sentir ningún acoso para llevar
adelante su sucio “trabajo”.
Así se podría seguir con muchas cosas. Muchas
de las cuales no son difíciles de corregir. Al menos de empezar a corregir. De
poner el esfuerzo en hacerlo.
Luego de todo este panorama, un día se inicia
el llamado a un cacerolazo masivo por Internet. No faltó algún político de
dudoso pasado que dijera que la protesta fue “organizada por profesionales” que
usaron cuentas falsas y varias cosas más. Pero también son profesionales los
funcionarios públicos de la ex SIDE, y quienes
se encargan del inmenso aparato comunicacional el poder del gobierno. Pamplinas. La realidad los dejó
colgando del pincel a todos.
Oficialistas y opositores. De estos últimos, no faltaron algunos que quisieron
y quieren hacer leña del árbol caído. Pero la gente no come vidrio. Esos
opositores de última hora hace añares que liban de cargos públicos y no han
hecho nada para cambiar las cosas. Al contrario, como queda dicho, muchas
iniciativas bastante más que deplorables fueron apoyadas por esa oposición.
Y hasta acá llegó la historia. Ahora, todos en
el mismo barco, veremos cómo sigue. Algo ha cambiado desde el día de la
protesta. Algo que no se termina de definir es diferente. Para eso sirve una
protesta masiva, para despertar a los adormilados y a los negadores. Porque si
algo está presente en todo esto es, precisamente, la negación.
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