miércoles, 24 de octubre de 2012

Una mirada peronista a la tragicomedia actual

Por Osvaldo Mario Benedetto

Hagamos el esfuerzo de realizar un análisis imparcial del último decenio. Ello nos servirá para aclararnos si, como parece, comenzó  ya el declive previsible en cualquier ciclo político regido por el liderazgo personal y no por las virtudes de un sistema, teñido de demasía y no de contención, encauzado mas por la confrontación que por la negociación y el acuerdo. 


Cuando Néstor Kirchner se hizo cargo del gobierno en el 2003 la Nación había enloquecido y rogaba que alguien tomara firmemente las riendas del poder y reconstruyera el Poder Ejecutivo Nacional. Recordemos que:
  • El coche había volcado y milagrosamente se lo consiguió detener al borde del barranco
  • Eduardo Duhalde había conseguido reencender el motor y volverlo a la carretera
  • Los chinos, con una nueva clase media en ascenso, comenzaron a engordar sus chanchos con soja, por lo que la demanda y el precio del milagroso poroto y su harina se fue a las nubes
  • Nuestro campo, aprovechando la internacionalización argentina de la década del 90, se había equipado al máximo para sacar provecho de esa situación y pudimos multiplicar por 5 la producción y aprovechar los nuevos precios.
En ese marco, en poco tiempo y mas allá de la antipatía personal que irradiaba el matrimonio de Néstor y Cristina, soberbios ambos como el diablo, Kirchner consiguió, en poco tiempo, rehacer un poder de mando centralizado en la Casa Rosada, que la gestión de la Alianza, y los sucesos posteriores, habían tirado por el suelo.
Logró así  hacer lo que se esperaba de él y, como condición necesaria para su consolidación definitiva, expulsó definitivamente del poder a quien lo había designado: Eduardo Duhalde. Identificó también, correctamente, el gran drama en que la Argentina había caído en esos años y pudo darle un principio de solución.
Por un lado el proceso de desindustrialización de Martínez de Hoz, y luego el desguace de las empresas estatales de Menem, habían dejado sin trabajo a cientos de miles de argentinos. Por otro lado, la tozudez de Menem y de la Rúa, insistiendo ambos en la Convertibilidad, pasó de ser una brillante solución transitoria para salir de la hiperinflación y de la indexación de la economía, a un dogal asfixiante.
A ambas situaciones explosivas se sumó luego la impericia de Duhalde, con su pesificación asimétrica, que sumergió en la pobreza a los trabajadores argentinos por medio del más brutal ajuste de salarios que haya existido en nuestro país.
Ya en el 2003, aprovechando el superávit externo generado por las la soja, producida a raudales, sumado al superávit de las cuentas del estado generado por la brutal caída del gasto en salarios y jubilaciones, gracias a la pesificación asimétrica, se generó una novísima situación en la que el Estado Nacional nadaba en dinero, las provincias tenían pocos ingresos coparticipables y los trabajadores se morían de hambre.
Pues bien, Kirchner extrajo el máximo provechos de esa situación ya que consiguió  recuperar parte del consumo interno perdido, mediante un método eficaz, pero primitivo, cual fue subvencionar el consumo entregando subsidios a los productores para que no aumentasen los costos y, por otro lado, prosiguió con la política de Duhalde, creada durante la crisis del 2001, de entregar alimentos y subsidios a los que no tenían trabajo.
A pesar de esos gastos, la pesificación asimétrica había rebajado tanto los salarios y la soja rendía tanto dinero que las arcas nacionales reventaban de hinchadas. Apareció entonces la tercera idea milagrosa que le serviría para poner a todo el arco político a sus pies. Consistió en aplicar la Caja del Estado Nacional para disciplinar a Gobernadores, Intendentes, Senadores y Diputados, mediante transferencias y obras que regalaban a provincias y municipios, aunque el Estado Nacional las pagaba a precio de diamantes montados en platino.
 Así pasaron los años. Una parte de Argentina se acostumbró a que los servicios públicos como agua, electricidad, gas y transporte fuesen casi gratuitos, con lo que se podían derrochar a mansalva. Total, si del derroche resultaba que escaseaba el servicio, los ricos igual se la rebuscaban y los pobres que se jodan.
A partir de esa época las obras públicas pasaron a ser patrimonio casi exclusivo del Poder Ejecutivo Nacional. En la práctica el Estado Federal se disolvió en un unitarismo rivadaviano y los Gobernadores, si no son subsidiados por el Gobierno Nacional no pueden pagar ni los sueldos.
 Muchos argentinos se habituaron a que trabajar no es necesario ya que basta recibir algo del gobierno y rebuscársela como se puede, ya aguantando, ya viviendo en la miseria, ya delinquiendo.
Cada uno hizo al respecto lo que le resultó menos penoso ya que a esa altura ya había adolescentes cuyos abuelos habían perdido el trabajo en la época de Martínez de Hoz, los padres no consiguieron trabajo con Menem ni con los posteriores y ellos, ahora que había subsidios, se dieron cuenta que no valía la pena esforzarse ni por trabajar ni por estudiar.
Esa lección la aprendieron también muchos de nuestros vecinos paraguayos, bolivianos y peruanos ya que, comparativamente con lo que sucede en sus países, Argentina, tenía o tiene todavía, todo un sistema de protección social en hospitales, escuelas y ayudas, que no distingue entre nativos o extranjeros.
Mientras el régimen de subsidios crecía y crecía hasta que agotó los superávits y el gobierno, ya en manos de Cristina, empezó su carrera de rapiña tratando de expropiar cuanta caja hubiese disponible para proseguir con una fiesta, necesaria en origen, pero ya sin sentido.
 El principal problema del festival indiscriminado de subsidios es la apropiación delictiva de los mismos por las empresas subsidiadas, caso Cirigliano con sus empresas en EEUU, como también la mordida de los subsidios realizada por los otorgadores, un poco o mucho para la corona y otro poco o mucho para ellos, sus aviones, yates y mansiones.
Esta política, buena en origen, desquiciada en su aplicación extendida, necesitaba dos condiciones auxiliares para tener éxito. Una de las condiciones fue crear los coros de aplaudidores para darles una mística que el matrimonio no podía generar por si mismo, por su historia ni por su comportamiento. He ahí la más brillante operación política que emprendieron estos dos aventureros platenses enriquecidos a costillas de propietarios santacruceños. Compraron varios coros.
El más obvio, y que está en todos los gobiernos, es el de los funcionarios, los amigos, reales o comprados, los gobernadores e intendentes alquilados con obras y los periodistas subvencionados o empleados de los medios adictos.
El coro principal fue el de los guerrilleros y sus simpatizantes que habían escapado de la masacre que ellos mismos provocaron al pellizcar los testículos del monstruo tradicional de la política argentina, cual históricamente siempre fueron los militares, ingenuos e incultos que supimos generar. Los dirigentes que escaparon mientras morían sus soldados, fueron comprados dándoles la venganza que tanto anhelaban para pagar la culpa de haber vendido a sus seguidores. Se bajaron cuadros de delincuentes y se puso preso, muchas veces sin juicio, a todo ex militar que se creyó necesario.
Compraron también a las Madres de Plaza de Mayo, por el precio vil de exposición pública y de la cesión de negocios millonarios, para aprovechar la buena imagen internacional que ellas tenían originalmente.
Luego compraron al coro de los hijos desaparecidos. Ahí, donde ya no había culpas le fomentaron la venganza pero, por si no era suficiente, les dieron poder, mucho dinero, altos cargos y un largo etcétera. Así nació  La Cámpora
 Por último, al ir agotándose el ciclo, aparece la soberbia, la critica a todo el que piensa distinto, las cadenas de televisión, la persecución por la AFIP, el histrionismo como reemplazo del arte de gobernar y los cortesanos que siempre dicen que la reina tiene un hermoso vestido, aunque camine en los cueros con que Dios la trajo al mundo.
Por último, como condición necesaria, pero no suficiente para esa megalomanía del poder procedieron, Kirchner primero y Cristina luego, a cortar feta a feta los testículos del Partido Peronista, tanto por compra directa, como por desactivación del partido.

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