por Roberto Alvarez
El problema de la falta de “normalidad” argentina es su dependencia de su modo de conducción gregaria, que ocurre en pueblos poco desarrollados, es decir adolescentes, que necesitan “una” figura de guía, de maestro, de ¨líder”, representados hoy en Argentina, por Cristina (oficialismo) vs. Lanata (oposición real). Qué pobreza la de Argentina!. Y no lo digo por ambas individualidades, sino por la pobreza del conjunto que no logra elaborar algo más complejo y de mejor nivel organizativo e institucional.
Todo régimen (de cualquier signo ideológico) tiende a corregirse a sí mismo; a aprender de sus errores; de mejorarse por competencia externa o interna. Ésta norma es de más difícil ocurrencia cuando los grupos de poder financieros son demasiado dominantes o en aquellos dominados in extremo por una sola persona, un “intocable”, que suele relatar un combate contra aquellos.
Mao ZeDong ( Mao Tse Tung) tenía un prestigio inmenso en la China de 1963 pese a su fracaso de la política del “Gran Salto hacia Adelante”, pero contaba con apoyos sólidos en el Ejército. El mismo Mao inicia una nueva ofensiva de política interna, en general dirigida hacia aquellos que lo habían criticado por su fracaso anterior y en particular contra los intelectuales que comenzaban a debatir “el modelo”. Los estudiantes denunciaban “las desviaciones ideológicas” de sus profesores y los sectores juveniles, con entusiasmo y pasión, arremetían contra los burócratas del estado y del partido. A ese “movimiento” de encubrimiento y protección de la cúpula se lo denominó la “Revolución Cultural”. Esta corriente de jóvenes ultraizquierdistas se caracterizaban por ensañarse (a veces sanguinariamente) con los viejos camaradas de Mao, poniéndoles un “bonete” para ridiculizarlos frente a las masas chinas. Sus integrantes tuvieron la embriagadora impresión de constituir una de las mayores fuerzas de China y de disponer del poder.
Hacia 1966 sus ataques se dirigen específicamente hacia Liu Shaoqi (presidente) y a Deng XiaoPing (secretario general del partido) y a numerosos dirigentes de todos los niveles. En agosto de 1966 la Revolución Cultural y sus “Guardias Rojos” se sienten triunfantes. A finales de 1966 la anarquía se extiende por toda China. Hay batallas en las calles, hay peligro de guerra civil y de secesiones provinciales. El único cuerpo que ha escapado a la descomposición es el ejército, quien recupera el mínimo orden por orden de Mao ZeDong. Se establece una nueva cúpula formada por lo que luego se denominaría “la Banda de los Cuatro”, donde está la mujer de Mao, Jian Qing y Lin Biao, nuevo presidente, que previamente había organizado el “culto al personalismo” de Mao, que tuvo un desarrollo prodigioso y alcanzó, en pocos años, una especie de paroxismo. El “Pequeño Libro Rojo”, recopilación de pensamientos escogidos del “Gran Timonel”, batió todos los records. Todo esto siguió hasta la muerte de Mao en 1976. La delincuencia, la criminalidad, el fraude, la corrupción, el mercado negro y la indisciplina se instalaron en forma permanente. Hubo una caída brutal de la producción. Todo ello explica brevemente que, pese a los enormes esfuerzos desplegados a partir de 1950, China permaneció tan pobre y retrasada en comparación con otros países asiático, inclusive la Unión Soviética. Esta etapa de la larga vida china terminó, finalmente, con la “Banda de los 4” presos o fusilados.
Recién hacia 1978 finaliza la devastadora lucha entre facciones internas. Un sector inicialmente encabezado por Zhou Enlai, su canciller (el más hábil político de la era comunista), junto con otros restaurados dirigentes como Deng XiaoPing y otros, lanzan la consigna de las Cuatro Modernizaciones: de la Industria, de la agricultura, del ejército, y de la educación e investigación. Es decir, dejando todo ideologismo de lado, indicaron que el punto central era la apropiación del conocimiento (la tecnología); al que sólo se puede acceder desde una buena posición económica, por ello el país debe crecer en forma acelerada; para ello se necesita inversión más tecnología extranjera; se puede ceder mercado interno a las corporaciones globalizadas a cambio de la entrega de tecnología; el pueblo chino (milenariamente disciplinado) debe crecer en la medida de su esfuerzo (laboral o por medio de estudios); por lo tanto se premiará la meritocracia privada o estatal; no alcanza con ser un buen militante del Partido; además se requiere esfuerzo, dedicación y capacitación permanente. Y otros puntos más. El resultado macroeconómico, después de la aplicación durante más de 30 años de esta nueva estrategia y rumbo definido, están hoy a la vista y permiten el ascenso de China a ser una auténtica potencia desafiante.
En Argentina, más allá de algunas similitudes o caminos paralelos, imposibles de ser comparados, ya es difícil lograr el reconocimiento popular de la necesidad de una meritocracia gobernante, pues hasta ese elemental concepto podría ser atacado por “antidemocrático”. Así estamos. La lucha interna entre facciones es otro elemento que caracteriza al atraso de las naciones.
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